martes, 6 de octubre de 2015

MASTERCARD

Era un día gris. El aire se sentía cargado a pesar de ser solo las 6am. Un camión recolector de basura pasó por la pista inundando el camino con un olor a putrefacción, a decadencia. K nunca estaba despierto a esta hora. Solo habia olido esa decadencia en una ocación, en el sótano de su casa meses atrás. Era el tipo de hombre que nunca ves. Sus pasos y moviemientos eran mudos. A él no le molestaba, había aprendido a explotar esa nube de oscuridad que lo seguia a donde fuese.

Los faros de luz que marcaban el camino alumbraban las decenas de letreros escritos en caracteres que K no sabia leer. Cada tienda superaba a la otra con un letrero más grande y colorido que la anterior.  El único letrero con palabras que K pudo reconocer se encontraba en la última tienda de la calle, la más pequeña. Pegado en la puerta de vidrio, un letrero blanco no más grande que su brazo, decía "Hay cosas que el dinero no puede comprar". Mientras K inspeccionaba el interior de la tienda a travez de la puerta, una cara blanca salió de entre la oscuridad al fondo del unico cuarto del lugar y en tan solo segundos llegó a la puerta. 

- Señor K, sabía que vendría a esta hora.

El hombre de la tienda empujó a K adentro. El olor a putrefacción cambió radicalmente por el de incienzo quemado. La tienda, repleta de estantes llenos de figuras de dragones, pecez koi, e inciensos, no era nada diferente al resto de tiendas en Chinatown.

- Mi nombre es Yin.

Yin estaba vestido con un kimono negro que cubria casi todo su cuerpo. Se hubiese mezclado perfectamente con la oscuridad de la tienda de no ser por un único botón blanco a la altura de su pecho. Era delgado pero no se veía enfermo, sus mejillas y labios estaban coloreados por un rojo calido natural que resaltaban los huesos de su cara.

K sacó de su abrigo una bolsa de papel y se la entregó a Yin:

- Cuatro pasteles, espero que le gusten.

Yin los recibió, agredeció el gesto con una sonrisa y se dirigió a la parte trasera de la tienda. K lo siguió. La pequeña tienda se convirtió en una de las más grandes.Yin desapareció entre la oscuridad del cuarto y apareció segundos más tarde con un cofre del tamaño de un puño:

- Espero que le guste.

K esperó para abrir el cofre hasta llegar a su casa. Una vez ahí, sentado en su cama, abrió el cofre. Dentro de el, un insecto de patas dentadas y cuerpo peludo dormía sin hacer ruido alguno. K cerró el cofre y lo dejó junto a su cama. Esa noche, despues de lavarse las manos, revisar que su puerta estuviese cerrada, y apagar todas las luces, K se echó en la cama y abrió el cofre una vez más. El insecto, desagradable en apariencia, se movió. Sus ojos se firaron en los de K. Sus patas, en un principio no más largas que una pestaña, empezaron a crecer, poco a poco llegaron a la cara de K y con delicadeza acaraciaron sus mejillas. K no podía respirar. Sus ojos, fijos en los del insecto, se llenaron de lagrimas. El insecto continuó creciendo hasta ser un cuerpo humanoide del mismo tamaño que el de K, presionándolo contra la cama. Las patas del insecto abrazaron a K y se insertaron en su columna vertabral. K solo pudo soltar una palabra: Selena. Quedó paralizado inmediatamente.

La mañana siguiente el hombre despertó aún incapáz de moverse y con una sensación de humedad en la espalda. El insecto había regresado a su cofre en la madrugada, volviendo a su tamaño original. Cuando recuperó el movimiento K se paró de la cama y vió en las sabanas una gran mancha de sangre. Su espalda estaba llena de llagas.

K regresó a la oscura y aparentemente pequeña tienda en Chinatown. Mientras K se curaba las yagas en la parte trasera de la tienda con un ungüento chino, escuchó una voz familiar entrar por la puerta. La voz de la mujer llamó a Yin y preguntó por un paquete. Selena.

Cuando K llegó a la parte delantera de la tienda Yin entraba a la parte trasera. Selena estaba parada frente a la puerta. Minutos después Yin regresó a la tienda.

- Selena: Gracias.
- Yin: Le prometí la cabeza de Franz, cumplo mis promsesas.

Selena cerró la puerta detrás de ella cuando salió de la tienda. Yin limpió la sangre de Franz K del piso. Todo menos su cabeza, esa fue la promesa.




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